Jean Louis Théodore Géricault, Le radeau de la Méduse (1818-1819). Museo del Louvre

Cuando tarareaba a Brassens no conocía la terrible historia del naufragio de la fragata La Medusa, en julio de 1816 en la costa de Senegal. Solo quince de los más de ciento cuarenta pasajeros que habían logrado aferrarse a la balsa sobrevivieron al hambre, la locura y el canibalismo. «Non, ce n’était pas le radeau de la Méduse, ce bateau», canta Brassens a su barco de colegas, les copains d’abord, la mar está bella, es como dicen los pescadores por aquí, navegamos «en père peinard sur la grande marée des canards».
Mi libro del Louvre cuenta que Géricault se documentó profundamente para recrear cierto momento en que la tripulación divisó un navío que se negó a rescatarlos. Explica mi libro que Géricault se puso a estudiar anatomía en los depósitos de cadáveres, pero los cuerpos del cuadro tienen mucho de esculturas clásicas, e incluso la composición piramidal en la que esos cuerpos participan es regularmente academicista.
Según Brassens, los amigos del barco llamado Les Copains no eran «des amis de lux(e)», como Cástor y Pólux», tampoco eran la clase de amigos que Montaigne y La Boétie hubieran escogido: «sur le ventre ils se tapaient fort, les copains d’abord», subraya. Pero la jocunda ordinariez de les copains es igualmente idealizante, en el examen de cuerpos reales asoman inesperadas las fantásticas líneas de las proporciones ideales. El editor de los Ensayos, J. Bayod Brau, al hilo de la evocación que Montaigne hace de su amigo Etiénne de La Boétie («La amistad», I, XXVII) , escribe una nota en la que, para encarecer el profundo entendimiento que hubo entre ambos, cita un pasaje eliminado después de 1588, muy significativo a propósito del origen de Los Ensayos: «Solo él gozaba de mi verdadera imagen y se la llevó consigo. Por eso me descifro yo mismo con tanto cuidado». Es una reflexión penetrante sobre la potencia y virtud de la pérdida en el origen de la escritura, una interesante combinación de estudio de cadáveres y estatua del taller de la Academia.
Dice mi libro del Louvre que Delacroix declaró «que la impresión que le produjo el cuadro de La balsa fue tan importante que tuvo que salir corriendo por el impacto recibido». Que será broma de cantautor, porque Delacroix se pasó la vida pintando matanzas enormes en cuadros gigantescos, me acuerdo de cuando estuve en el Louvre con estas piernas que han de yacer en un depósito de cadáveres. Creo que cuando estuve en el Louvre lo que más me gustó ver fue El escriba sentado, un funcionario desnudo algo rígido, solo lleva un pañal y un papiro y mira con mucha intensidad, ha perdido el cálamo.

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