Aurelio Arteta Errasti, El puente de Burceña (1925-1930) Museo de Bellas Artes de Bilbao

Fui al Museo y pasé por lo de Botero, volumétrico, volumetría, repetían pintor y periodista en una entrevista que dio con motivo de esta exposición, repetir, repetir, repetir, eso que llamamos estilo cuando nos gusta. Miré un rato los ojillos abatidos de los penados y desolados, encadenados a sus cuerpos esféricos, ahogándose de satisfacción. Fui a ver la Obra Invitada, que es un tríptico de Aurelio Arteta sobre la guerra (1937): El frente, El éxodo, La retaguardia. Y también subí a comprobar si El puente de Burceña sigue ahí. Por qué nos gusta un cuadro se parece a por qué nos gusta cualquier otra cosa, una pregunta muy fácil. Cuál es la palabra más bonita del idioma, nuestra palabra favorita, por qué nos gustan los cuadros: porque suenan bien, una respuesta asombrosa, el efecto es el reverso de la causa. El puente de Burceña me gusta porque los bultos resuenan y todos mis armónicos despiertan, no he estado en Burceña, nunca saldré de Burceña, las frecuencias de Burceña multiplican la fundamental. Es fundamental el río y el puente parece sólido, solo vemos la espalda del espectador, ocioso, absorto, suspendido, no es fácil cruzar un puente.

Unas navidades de hace ocho o nueve años estábamos en casa de mi madre e iban a inaugurar el puente nuevo, casi allí mismo, lo veíamos todo desde la ventana, y mi hijo de siete u ocho años escribía una redacción para la escuela que había titulado El puente nuevo, una crónica, me dije. Sin embargo, El puente nuevo describía morosamente el proceso de edificación de castillos con cartas y cómo provocar explosiones en ellos: se ponen de dos en dos por sus bordes juntas y contiguas hasta formar bases de ocho o diez y encima algunas cartas tumbadas sobre las que repetimos hasta hacer varios pisos, tiene que ser con mucho cuidado, para que cuando ya está todo construido puedas destrozarlo, y es como si tiraras una bomba. Una página después, el cronista concluía: «ahora se oyen unas flautas y tambores y mi abuela dice que ha venido el alcalde porque van a inaugurar el puente». La redacción del niño empezaba y terminaba con «el puente», una epanadiplosis como un puente enarcando otra cosa, otra cosa que corre y atraviesa como agua de río.

Creo que lo que contempla o cavila el hombre acodado en el puente cubista de Burceña es solo otra cosa y, entre las orillas sucias, es menos importante el espectador que el jinete, no se ve bien al jinete, la barandilla del puente le oculta la cara. Siempre siento alivio al regresar y hallar aún al caballo abrevando en el río envenenado, al oír aún al jinete que, en el rombo de acero, mientras su caballo bebe canta un hermoso cantar: «las aves que iban volando/ se paraban a escuchar;/ caminante que camina/ detiene su caminar;/ navegante que navega/ la nave vuelve hacia allá».

Deja un comentario