Samuel Gili Gaya, Discurso de ingreso en la RAE

Don Samuel en el salón, bajo las vidrieras que representan a la Poesía y a la Elocuencia, junto a los retratos de Felipe V y de Cervantes, el día 21 de mayo de 1961. Tiene sesenta y nueve años cumplidos y abre su discurso de ingreso en la Real Academia con un verso de Salinas: «¡qué mío es lo que voy a hacer!», porque «lo que vamos a hacer nos pertenece por entero, y nos atrae con el brillo de sus horizontes sin límites».
Este que milagrosamente ha llegado a mis manos es un precioso texto de algo más de veinte páginas, algo más de una hora de plática filológica, penetrante y amena, que el fecundo Gili Gaya tituló «Imitación y creación en el habla infantil». Porque la infancia, además de imitadora, es creadora del idioma, todos los hablantes lo somos en una u otra medida, nunca son las mismas las aguas de la conversación en que nos bañamos, ni hay dos experiencias iguales ni las palabras que ajustamos a las vivencias son idénticas, algo así dice, y que cada acto de enunciación es singular e irrepetible. No, no creamos de la nada: «Cuando un niño emplea dos, tres, o más adverbios mostrativos en oposición consciente de significados, ordena el caos de sus representaciones espaciales y las sitúa en su microcosmos mental. Convertir el Caos en Cosmos en la segunda parte de la creación Divina y la única creación en que a la pequeñez humana le es dado participar», poetai, dice que dicen los griegos, que vale ‘hacedores’ o ‘creadores’.
Observa Gili que el lenguaje infantil es egocéntrico, que los niños pequeños hablan a menudo para sí mismos, comentando sus acciones, o a otros a los que, en realidad, no escuchan y a cuyas respuestas no atienden, en una suerte de monólogo colectivo, así lo llamó Piaget, recuerda el académico y gramático, crítico literario, fonetista y lexicógrafo. Solo más tarde, en la edad de la razón, la mente del niño, sale «a la intemperie de su comunidad lingúística».
Un sistema autosuficiente y dotado de coherencia interna, dice Gili que es el sistema expresivo infantil. Cuánto significa un porqué, es decir, un ¿por qué? infantil, que es dónde, cuál, cómo y cuándo, la interrogación indiferenciada y esencial, inconsciente en realidad de la causa lógica adulta. Pongamos poeta donde él dice niño, pongamos incluso hablante, de ser cierto que la especie se distingue por la neotenia, o persistencia de caracteres larvarios y juveniles después de haberse alcanzado el estado adulto, la inmadurez adaptativa. «¡Qué mío es lo que voy a hacer!», sueña el niño. «Filiflama alabe cundre/ ala olalúnea alífera/ alveola jitanjáfora/ liris salumba salífera», comenta jubiloso Mariano Brull.
Gili cuenta una anécdota, chiste o facecia moral, cambiemos niño por poeta, sustituyamos al niño por el hablante intemporal:
Un padre y un hijo se detienen ante un cuadro que representa un circo romano donde los cristianos son despedazados por las fieras. El padre se pone a glosar el heroísmo de los mártires y a medida que hablaba, nota al niño como afligido con el espectáculo bárbaro: Te pones triste, ¿verdad?, pregunta. Sí, mira ese pobre tigre no tiene cristiano, responde el hablante.
«El diablo liebre,/ fiebre,/ notiebre,/ sepilitiebre,/ y su comitiva,/ chiva,/ estiva,/ silipitriva,/ cala,/ empala,/ desala,/ traspala,/ apuñala/ con su lavativa», reconoce Alberti.

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