Clemencia, rogamos cuando transcurrimos bajo la tempestad por los espacios desabrigados que median entre amparos, parapetos escasos y a menudo frágiles, la estación aquí es apenas una tejavana. Sopla el viento planetario de febrero aullador y me doy cuenta de que la chica del banco no lleva calcetines, veo los tobillos desnudos entre el dobladillo del pantalón y las zapatillas de deporte que son también muy delgadas para estos días de temporal desatado, dolor y odio desamarrados, clemencia. Los soldados que el emperador Bayaceto envió a Rusia, atrapados en medio de una atroz tormenta de nieve, destriparon a sus caballos para meterse dentro y obtener el calor de sus vientres, cuenta Montaigne (I, XLVIII), quien se demora en la descripción de costumbres bélicas, de las ventajas e inconvenientes de las armas antiguas para la guerra antigua de los cuerpos. La poderosa falárica, capaz de ensartar dos escudos, dos hombres y coserlos, ocasionaba, sin embargo, una molestia general a los atacantes al quedar el campo de batalla cubierto de lanzas ardientes.

Tengo un cajón lleno de medias y calcetines, tengo más de veinte pares de medias y calcetines, si hay una guerra de veinte días y el agua deja de llegar corriente a nuestros refugios, podré llevar medias limpias cada día de la guerra de veinte días. Sin embargo allí está ella, que no es una vagabunda pero enseña los pies azules de frío, ¡cómo os ven y no os cubren,/ Dios mío!, exclamaba Gabriela Mistral en el libro de lecturas de la escuela. El mismo libro en el que el pobre y mísero sabio de Calderón se alimentaba de unas hierbas, o altramuces, supe después por Patronio, qué son los altramuces. ¿Habrá otro, entre sí decía, más pobre y triste que yo? Y por qué el segundo hombre no recoge sus propias hierbas, extraños ancianos en asombrosas situaciones, y el significado permanecía oscuro. Leímos también la reconfortante historia de la lechuza que robaba el aceite del velón de Santa María, la Virgen abogada de la lechuza ladrona riñendo a San Cristobalón, clemencia. En la terrible situación del niño de los pies azules había un reclamo constante de sufrimiento extrañamente placentero. ¡Piececitos heridos / por los guijarros todos, / ultrajados de nieves / y lodos! Arcos, saetas, lanzas, jabalinas, dónde están su madre y su abuela y su tía Juli para que le den unos zapatillazos por escaparse a la calle descalzo y después le pongan los calcetines. Sueltas las bridas, los caballos desatados, ruge el viento inclemente, un loco furioso, un hijo de puta inconsolable que solo piensa en sí mismo. Desnudos pies, «Sed, puesto que marcháis/ por los caminos rectos,/ heroicos como sois/ perfectos».

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