Las islas, los volcanes

Stormy Weather, 2003

Por la mañana estamos en el jardín del parquin gastando minutos y A. echa a correr, me giro y veo a una mujer caída en el suelo. Alguien va a buscar ayuda, llegan unos enfermeros con una silla de ruedas. Está consciente pero le hablan y no hace caso. La sientan y se la ve tranquila, se limpia la cara con un pañuelo pero no contesta. «No decía nada», dice A.
Por la noche vemos Stormy Weather (2003), de Sólveig Anspach. Estoy cansada y muy distraída pero me gusta enseguida. Cora, una psiquiatra inexperta; la otra, la paciente muda con aspecto de vagabunda con la que se ha trabado en una rara ligadura. Cora habla de sí y la otra solo calla. A veces la imita, se retira igual el pelo de la cara, estira el brazo en el banco, un animal sin voz y sin nombre. Después descubren que se llama Loa y que ha escapado de Islandia adonde la devuelven. Cora sigue a Loa y en aquel pueblo es a ella a la que se ve mendiga y enferma. Los volcanes de Islandia, un personaje había mencionado el Viaje al centro de la Tierra y el cráter islandés que es su boca. Vuelvo a acordarme de la mujer de la mañana. También he pensado en ella cada vez que he salido a fumar mientras miro al otro lado la fila reluciente de los taxis y la ficción ligera de las partidas, puedes irte de aquí en taxi. Las imágenes en las que Cora arrastra a Loa por el pleonasmo de un pequeña isla que pertenece a Islandia y vive cercada por el océano que ruge siempre.
«Al acabar podemos visitar el Centro Botín, pasar el día», se me ocurren cosas así que digo tal vez porque A. apenas habla. Se ha hecho muy tarde y hay una ruidosa tormenta, no vamos al Centro Botín. Sin embargo, al final de la cinta rosa pegada al suelo que marca el camino desde el vestíbulo, en el umbral del lugar por el que se accede al interior de los cuerpos, hay una pequeña placa que recuerda que este ingenioso y caro volcán ha sido donado por la Fundación Botín.

El jardín. (Fuente de las confidencias)

Fuente de las confidencias

Al fondo está el laurel. Por qué no ser laurel y pasar así el plazo de la vida. Es la pregunta con la que empieza la elegía novena de las de Duino, vuelvo a leerla porque leo a Zagajewski releyendo a Rilke (1) y, de toda la poesía del fuego que aún queda entre las cenizas he elegido esa ascua. En el féretro de Sorolla hubo una corona del laurel que él mismo había plantado, Sorolla amó mucho este jardín y lo pintó a menudo. Una vez solo fue él pero «haber sido terrestre no parece revocable».

Llegué pronto, me senté un buen rato a la amistad de la mañana bajo la pérgola y entre los arriates; enfrente, la fuente que se llama «de las confidencias». Las mujeres de bronce se dicen secretos, el aire huele bien, el agua canta, los pájaros bajan a beber, el calor comienza a trepar como los gatos por los astiles. La novena elegía asegura que el caminante no vuelve con un puñado de tierra de la ladera de la montaña, trae una palabra conseguida.

 

(1) «Releyendo a Rilke», texto de Adam Zagajewski traducido por Gustavo Osorio. Círculo de poesía, 24 de abril de 2017. <http://circulodepoesia.com/2017/04/releyendo-a-rilke-texto-de-adam-zagajewski/>