El Flatiron
Samuel Halpert, «The Flatiron Building» (1919)

Viene de antes, viene de atrás, vienen y se van las flores de las mimosas en el abajadero de zarzas de Villeneuve, han brotado ya y son innúmeras. Déjame volver al catálogo de naves y al escudo de Aquiles, a la poética del todo está aquí y a la poética del etcétera, a la forma del árbol y la lista desdibujada de las inflorescencias. Los ortoedros de jabón que Luis nos ha regalado son la forma; la arcilla y el arroz en que los ha esculpido, la sustancia incontable, porque la materia son las naves. La enumeración indefinida e imprecisa es la confusión primitiva, la forma es la aventura de la diferenciación ordenada y jerárquica.
Lo indecible son las naves infinitas y su etcétera. Lo indecible es el Aleph «que la temerosa memoria no abarca», los «convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena». El diccionario amuralla lo indecible excepto por las rutas de los nombres propios y sus velas cargadas. La ciudad de Tiro es una sola de ellas: «Tiro, tú has dicho: / yo soy un navío de belleza extremada. / En el corazón de los mares estaban tus fronteras», eso refiere Ezequiel (27:3-27) y Eco enumera a Borges y a Ezequiel. Eco enumera también a Victor Hugo, y la serie inacabable de ciudades que Lantenac recita al marinero Halmalo para que las recorra todas. «¿Conoces los bosques?», pregunta Lantenanc. «Todos», responde el joven. «¿De todo el país?, ¿conoces sus nombres?», requiere Lantenac de nuevo. «Conozco los bosques, conozco sus nombres, lo conozco todo», es la respuesta. «¿No te olvidarás de nada?», vuelve a inquirir. «De nada».
Las palabras son el escudo excepto por lo indefinible y los abertales de sus calles de historias. La calzada es organización, pero cuando deambulas emprendes un cómputo abierto. Los pasos y las grietas, las puertas cerradas y las persianas bajadas son sin cuento, cada cartel de «se alquila» y una cifra en mi portal son el orden de lo determinado. Febrero es una estructura finita en el calendario con la estampa del Flatiron Building que me trajo I. de vacaciones, los bosques de Nueva York cuelgan amurallados por el marco de la pared de la cocina. El bosque es una lista, la maleza y la mimosa son una lista, el jardín es una forma. «No hay más jardines, tal como tú dijiste, / Que los que llevamos dentro», le dice Tomlinson a su amigo Octavio Paz en el poema que se titula «En un jardín de Cambridge». «Un poema es en sí / Una especie de jardín», añade. Un poema es una especie de sustancia del infinito etcétera, me digo indefinidamente, pero el jardín sirve para el pensamiento apaciguado de lo deseable. Lo que viene de antes está escrito en el escudo inalterable, los días por venir ruedan con el oleaje, etcétera.

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