Hago zumo, oigo la radio y, como Carver el poema de Machado una vez, yo hoy he oído a esa mujer: «La papiroflexia es infinita». Entre los tableros deportivos y las temperaturas nocturnas, entre las crepitaciones de las ondas, el silencio acolchado de las primeras nieves en Malmö y el pan con mermelada, había una mujer llena de pasión. En el cuento de César Aira que se titula «En el café» los parroquianos compiten en destreza para obsequiar y entretener a una niñita. Un barquito, una muñeca, una réplica del museo Guggenheim de Bilbao, un velero con río y un río con ribera, jardines, edificaciones y gente apiñada saludando al paso de la embarcación que lleva a la zarina y a Potemkin, su favorito, hechos ambos de fina celuolsa en su viaje fluvial de papel de servilleta.

Figuritas de todos los aburrimientos, espasmos del alma sepultada en el abatimiento y la lasitud, así solía verlas. Pero después vino Diego, que consultaba pesados volúmenes llenos de planos y veredas de líneas discontinuas que conducían a las ranas, los bombarderos y las pagodas. Yo miraba su concentración y paciencia como se mira algo vagamente peligroso: parecen guisantes, tal vez hay vida en otros planetas. Los niños son infrecuentes e inquietantes. La mujer de la radio entre las hogueras que arden en Honduras y la nieve que cae en Liubliana también es inaudita y portentosa.

La papiroflexia es incalculable y, sin embargo, da igual lo tenue que sea, el papel solo puede doblarse nueve veces sobre sí mismo. «El límite de los nueve pliegues» dice César Aira en el cuento, un absoluto matemático que precede a la invención del propio material y a su arte. Un universal del doblez e innato, como los universales lingüísticos. Que los límites a la variación gramatical se parecen a los de las articulaciones de codos y rodillas, recuerdo a V. cualquier día hace tantísimo en las mesas siempre sucias, mientras comíamos tortilla y bebíamos agua, y nos reíamos del profesor A. y del constorsionista del Circo Mundial, espectacular contraejemplo. Vimos al hombre haciendo el número de la caja, una damajuana llena del pez verdoso de miembros plegados y párpados fruncidos. Le llaman box-act, los contorsionistas del mundo mantienen un estrecho contacto entre sí y han construido una galaxia conceptual propia que analizan mediante su vocabulario preciso y económico. El contorsionista no nace sino que se hace, esto lo he leído un documento de ciencias humanas y sociales. Un folio plegado ocho veces sobre sí mismo deviene tomo de doscientas cincuenta y seis páginas que ninguna mano humana puede someter, esto lo he leído en grueso compendio de ciencias naturales. Las ocasiones en que el ser puede recogerse sobre sí están tasadas, pero la papiroflexia es infinita en sus realizaciones, ha dicho la mujer, la papiroflexia es una fábula científica y moral.

Deja un comentario